"... solo son palabras... palabras que son, de mi vida, un momento... de mi existencia, un lamento..."

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Mónica García-Ferreras

24 de septiembre de 2011

"Partir"

Hay prisa por partir, el fuego ya está ardiendo, quemando y deformando las caras de los príncipes de los cuentos...
Siempre supe que eran cobardes, que no salvaban y que ni siquiera luchaban. Siempre supe de su simpleza, de su pequeñísimo corazón envuelto en terciopelo granate, de su miedo. Pobres hombres disfrazados de caballeros que al llegar la noche abrazan la moqueta y se esconden tras la cortina de una habitación con olor a fregasuelos de pino.
Las llamas transforman su boca, hasta ayer cargada de una retórica letal, en una mala imitación del grito de Munch.
Arden los cuentos y los deseos mientras cierro las maletas.
Los niños que vuelven a las escuelas lanzan piedras sobre los charcos. Anoche llovió.
Día claro para un humo negro que se eleva por encima de los trenes. Cuento nubes, cuento hormigas, cuento escaleras…
Ya no estoy, soy libre.



13 de septiembre de 2011

"Un atardecer"

Horas perdida en su pelo, varada en su ombligo, nadando en miradas…
Ruego por recuperar ese ayer glorioso contemplando el devenir del sol y el vuelo de un silencio a gritos reflejado en sus ojos. Pequeños seres borrachos de ternura en caída libre sin red…
Es revivir el momento en el que rodé por su pecho lo que ansío. Volver a beber de las ánforas de su vientre y trepar por su costado hasta su boca pidiendo alimento. Sentir de nuevo mis latidos escapando entre las rejas de un atardecer.. 
Renacer  por un instante en ese hermoso milímetro que separaba su respiración de mi aliento, pasear por él, salvar esa ínfima distancia y detener el tiempo; naufragar eternamente.

 (Ya no me encuentra si me pierdo porque ya no me busca)

3 de septiembre de 2011

"Un retrato y 110 mariposas"

La niña me observa desde la pared, desde su retrato en blanco y negro… un retrato casi antiguo, nacido a la luz de un quinqué en una noche parisina de principios de los ochenta.
La niña, mimada por un rayo de luna, me mira con sus ojos grandes y profundos, respira noche y sueños, sueña mar y vuelo, vuelan en su vientre ciento diez mariposas. Las mismas mariposas que ahora agonizan a mis pies.  
Trato de ocultarlas bajo el sofá, pero en sus últimos aleteos, resbalan por mis manos… denunciando ante la niña el crimen cometido. Soy culpable de su muerte.
-¡Juro que intenté cuidarlas! -grito-
Al principio fue sencillo… pero años después ya no pude hallar más que el aire encerrado de las tuberías, el cielo de hormigón que guarda el agua sucia de las alcantarillas y las flores de papel que yacen en los contenedores de las escuelas.
Confusas y enfermas sus/mis ciento diez mariposas… comenzaron a perder su rumbo, su instinto de volar cada vez más alto; se golpeaban contra el cristal, contra el escaparate que prometía la luz y la brisa de los acantilados. Tontas, torpes… engañadas por un espejismo.
Les di un hálito de vida cuando junto a mi vientre se acurrucó un vientre azul, un vientre cálido donde poder respirar…
Nido, algodón, girasoles, boca, lengua, alimento, nubes, piel y alas… alas curadas.
Pero un día él se fue, tenía que cuidar su jardín… era su deber.
Hoy las mariposas de la niña mueren una a una bajo mis pies; pero ella no se enfada.
Está triste pero me mira y sonríe, me mira y comprende...
Me perdona...